domingo, 9 de agosto de 2009

El Sr. Fracaso

En la vida a veces me he comportado como el gran Don Quijote, luchando sin descanso contra molinos de viento, creyendo que eran grandes gigantes. Sin descanso y con todas mis fuerzas. Con mi lanza podía tirar a matar, a intentar correrlos de mi camino.


Solo lograba hundir mi lanza en las aspas del molino, con lo cual era elevada hasta el cielo y arrojada al piso. Y allí estaba él esperándome, con una mueca de sonrisa iniciándose en su boca, tan erguido, tan firme, el maldito fracaso. Intentaba lograr que desistiera, que me rindiera, que me olvidara. El maldito fracaso sabía que mi cabeza era de piedra, que me iba a costar ver a que me enfrentaba, y creo que era eso lo que más le divertía. Por eso estaba ahí, siempre, para ver el momento de la caída, del impacto. El momento en que la naturaleza siguiendo la ley de la gravedad sumando la fuerza del impulso ejercido por las astas me arrojara con desprecio y sin cuidado a sus pies.


Pero una y otra vez abría mis ojos, quitando antes el polvo del que se cubría mi cara, esperaba que mi respiración se acomodara y comenzaba a ponerme de pie. Las primeras veces me costaba mucho recuperarme, pero parecía que de a poco me iba haciendo más fuerte. Claro que eso no le causaba mucha gracia a mi fiel y privilegiado observador, quien comenzaba a descargar su enojo en una mueca de sonrisa cada más notable, cada vez más duradera.


Un día, en uno de esos grandes combates librados contra uno de aquellos, para mí, gigantes, quedé enganchada, o atrapada, en una de las astas de tal manera que no me pudo arrojar contra el suelo; por lo tanto quedé dando vueltas respecto de un mismo eje por un tiempo. Sí, recién ahí me di cuenta contra que estaba luchando, por qué siempre terminaba en lo mismo.


Pero tantas batallas encaradas habían logrado hacerme crecer, hacerme más fuerte. Desde donde estaba, el suelo ya no se encontraba tan lejos, podía arriesgarme a saltar de aquello que me había atrapado sin correr el riesgo de destruirme. Así es que salte y me fui de aquel terreno de combate, hacia nuevos caminos.


¿Se preguntan qué pasó con mi fiel compañero? En su cara ya no había una sonrisa, sino perplejidad y asombro. Cuando me iba me tocó el hombro y me preguntó qué me pasaba, quería saber si no iba a seguir luchando.


“¿Seguir luchando? ¿Contra molinos de viento? ¿Qué sentido tendría? Son solo enormes construcciones de piedra, inamovibles, con astas que giran siempre en torno a lo mismo, a un mismo punto, eje, lo que sea.” A lo que naturalmente él contestó: “ Jaja, que ingenua, siempre lo fueron” “No (contesté). No lo eran para mí. Para mi tenían un significado, una importancia, un motivo. Para mí eran gigantes a los que tenía que intentar quitar de mi camino. Y los quité.” “Imposible, siguen ahí, para que los enfrentes cuantas veces quieras.” “No, quedarán ahí para que otros los enfrenten. Yo ya lo hice y gané. ¿Acaso no me ves que estoy de pie, más fuerte que cuando empecé a librar estas batallas, con más sabiduría, capaz de seguir adelante, mientras que ellos se quedan ahí, sin que nada ni nadie los pueda mover de ese lugar?”